LÁZARO RESTREPO GONZÁLEZ, nació en Concordia el 1 de diciembre de 1902, falleció en Medellín, el 6 de enero de 1994. Hijo de Rubén Restrepo González y Francisca González Londoño, tuvo ocho hermanos. El  31 de diciembre de 1928 contrajo matrimonio en Concordia con Felisa González Restrepo, hija de Antonio González Restrepo e Isabel Restrepo Restrepo; de esta unión hubo siete hijos: Angela, Inés, Darío, Isabel, Luis, Lucía y Ester.

 

   ESTUDIO, TRABAJO Y RECONOCIMIENTOS

 

A partir de 1906, su familia se trasladó al área rural; cuando empezó a estudiar en 1910, vivía en una finca situada en el Alto de San Luis, donde está hoy la represa y caminaba ocho kilómetros diarios para asistir a la escuela en dos jornadas. La primaria la hizo en la Escuela Modelo, hoy, Antonio José Restrepo y los tres años de bachillerato en el Colegio de Jesús; allí fue acreedor al premio de conducta ejemplar, otorgado por el Concejo Municipal;  las calificaciones adjuntas demuestran su rendimiento escolar.

El amor al trabajo, heredado de sus padres, fue su característica y decía que no concebía la idea de que una persona sana, desperdiciara su tiempo, que todo lo que aprendiéramos nos serviría durante toda la vida y esto lo puso siempre en práctica. En su juventud, trabajó como agricultor, aserrador, arriero y mandadero.

Siendo ya maestro, en los ratos libres se dedicaba a cultivar la huerta,  y a  actividades caseras de carpintería y zapatería. En 1936 confeccionó los zapatos para la primera comunión de sus dos hijas mayores.

Con mucha frecuencia, cuando reparaba los zapatos o trabajaba la carpintería, enseñaba a sus hijos, lectura, catecismo, aritmética, ortografía, geografía o historia, su tema preferido.

En la escuela de Concordia cultivó una huerta con ayuda de sus alumnos, quienes tenían una hora de huerta diaria porque decía “uno tiene que estudiar y conocer además un arte en la vida”, originándole esto un problema con algunos padres de familia, quienes argumentaban que sus hijos no tenían por qué untarse de tierra.  Por su persistencia, el apoyo del Director de la escuela y algunos padres de familia, pudo continuar con la huerta escolar y con el fruto de la cosecha, montaron el Restaurante Escolar, el cual consistía en una sopa para  los niños que no tenían facilidad de ir a almorzar a su casa, ya fuera por bajos recursos económicos o porque vivían en las afueras del pueblo.

Para él, la tierra encerraba el mayor tesoro y hasta 1993 la cultivó. Estando en Medellín, adaptaba en los patios o terrazas de su casa,  grandes canecas abiertas por la mitad para la siembra de legumbres y verduras.  

Cuando terminó sus estudios en el Colegio en 1919, viajó a Medellín en busca de un sitio para vivir y continuar estudiando, pero no pudo lograr su objetivo. Regresó a Concordia y el señor Rafael Gómez fundador del kínder privado, lo designó como maestro de éste con una remuneración de quince pesos mensuales y con cinco pesos, compró sus primeros zapatos. Entre sus alumnos estaban los niños Camilo González Fernández y Avelino González Toro, el primero de ellos, ejemplar  maestro cuyo nombre lo lleva una de las escuelas de Concordia, y el segundo, fue carpintero y constructor; tuvo a su cargo la obra de carpintería, de la actual Escuela Antonio José Restrepo. En 1.920 el kínder  fue cerrado, por carencia de personal.

Entre 1920 y 1923 se dedicó a la arriería, la agricultura y a la construcción de su casa paterna en la vereda San Luis, junto con sus hermanos

En 1924, gracias a la gestión realizada por don Rafael Gómez ante la Dirección de Educación Pública, fue nombrado maestro de la Escuela Modelo, hoy Escuela Antonio José Restrepo con un sueldo de $ 37.00 mensuales.

En 1925 fue trasladado a Cañasgordas, con sueldo de $ 44.00 mensuales; el viaje lo hizo en tres jornadas a caballo, así: Concordia Urrao; Urrao La Encarnación y La Encarnación Cañasgordas. Para el viaje alquiló una bestia por $ 10.00 y consiguió un peón para indicarle el camino; éste regresó con la bestia a los seis días y cobró $ 2.40 .

En 1926 trabajó en Jardín con sueldo de $ 50.00.

En  1927 en la escuela de San Roque, con sueldo de $ 60.00

En 1928 regresó a Jardín como director de la escuela y, con motivo del matrimonio, solicitó traslado para Concordia.

En abril de 1929 fue nombrado como maestro seccional de la Escuela Modelo, la cual funcionaba en esa época, en el  local que hoy ocupa la Casa de la Cultura y estuvo hasta marzo de 1938. 

Por problemas políticos locales rebajaron el sueldo a los maestros y por esta razón, en abril de 1938 consiguió su traslado para el Colegio Santo Tomás de Aquino de Titiribí, con mejor remuneración.

En abril de 1941 volvieron a nombrarlo maestro de la Escuela Antonio José Restrepo de Concordia con un  sueldo mensual de $ 180.00.y renunció en enero de 1952, para trasladarse a Medellín.

En abril de 1945, la Secretaría de Educación Pública, le envió un mensaje de felicitación por haber superado, con un porcentaje del 89%, el límite fijado por el gobierno, para los exámenes de control del rendimiento escolar.

Desde 1953 hasta 1964, fue maestro de primero elemental en la Universidad Pontificia Bolivariana.

Nació con vocación de educador; se entregó con amor y perseverancia a la educación de la  niñez desde muy temprana edad y  durante toda la vida; inculcaba a sus hijos y alumnos el amor por el estudio y el trabajo;  en el salón de clases tenía expuesto este letrero: “Trabaja o se va, estudia o no está”;  y cuando llegaban las vacaciones de julio, los 40 o 45 alumnos que tenía a su cargo, ya sabían leer, escribir, hacer las cuatro operaciones y tenían nociones de lenguaje y geografía; el resultado promedio al finalizar el año escolar era de 90 o 95% de alumnos que pasaban al segundo grado..

Después de su retiro del magisterio, tuvo respuestas muy positivas e inesperadas de parte de exalumnos, quienes recurrían a él para consultarle sobre asuntos importantes o participarle sus triunfos, grados como profesionales, honores recibidos, acontecimientos sociales, etc.

 El 11 de abril de 1982, el periodista Fernando Vera Angel, exalumno de Bolivariana, escribió en El Colombiano el artículo titulado “pequeñas cosas”, recordando a Lázaro, su primer maestro; posteriormente tuvieron los dos un maravilloso encuentro y evocaron la época de primero elemental.  Aún él conservaba el cuadro del Corazón de Jesús, regalado por su maestro el día de la primera comunión.

Entre los 2.000 niños aproximadamente, a quienes enseñó a leer en Concordia, Cañasgordas, San Roque, Titiribí y Jardín, conoció como profesionales, hasta 1975, a más de 90 de ellos, así: 10 sacerdotes, 7 médicos, 6 ingenieros, 5 economistas, 3 agrónomos, 30 maestros, 9 militares y más de 20 abogados.

En mayo de 1976, la Gobernación de Antioquia le impuso la Medalla Cívica como honor al mérito por los 40 años de magisterio.

En agosto de 1989, el Gobierno Municipal de Concordia, le rindió un homenaje en la Casa de la Cultura e incluyó  su fotografía en la Galería de personajes ilustres del municipio.

                                              

 SU POSICION FRENTE A LA VIDA

 

Frecuentemente  enseñaba o repetía esta frase: “el hombre sólo tiene tres amigos: el dinero, la familia y las buenas obras. Los amigos se van cuando se acaba el dinero, la familia lo acompaña hasta la puerta del sepulcro y las buenas obras son el único equipaje que lo acompaña a uno hasta la morada final ya que son la carta de presentación”  De igual manera afirmaba que el dinero era necesario para realizar buenas obras, ya que este podría ser nuestra destrucción o salvación, si lo compartimos con los demás.

Mensualmente visitaba alguno de los asilos para compartir con los ancianos sus experiencias, les regalaba dinero, dulces, cigarrillos, tabacos y frutas.

Buscaba en Medellín y municipios vecinos a las familias  concordianas  carentes de recursos económicos, para llevarles útiles escolares  y apoyo económico y  moral. De igual manera los visitaba y acompañaba en la enfermedad o duelo y tenía especial consideración con las viudas y huérfanos;  se entregó a los demás desinteresadamente y jamás esperó agradecimiento alguno, porque su lema era  “haz el bien y no mires a quién”, pese a que consideraba que la ingratitud no es digna del ser humano.

Su  manera de ser atraía a los niños a quienes, además de aconsejarlos, les regalaba caramelos que siempre llevaba en los bolsillos; los comprendía, apoyaba y ayudaba, respondiéndoles las inquietudes que tuvieran. 

La navidad la celebraba en unión de toda su familia y a los hijos y nietos les entregaba, junto con el aguinaldo, una notica con enseñanzas y recomendaciones  que titulaba “Los consejos del abuelito”

Muchos maestros concordianos recién graduados, recurrieron a él para pedirle ayuda con el fin de lograr su nombramiento por parte de la Secretaría de Educación del Departamento, donde él era muy conocido por los funcionarios;  en la mayoría de los casos logró este objetivo, y además la consecución de becas para estudiar magisterio algunos jóvenes concordianos.

La palabra y el honor eran una sola cosa, decía “cuando uno da su palabra esto vale mas que un contrato” confiaba en los demás y por ello, sólo en pocas ocasiones se valió de papeleos y trámites legales.  Fue siempre hombre de una sola palabra y su compromiso verbal era estrictamente cumplido. 

Otra de sus características fue la prudencia y repetía “por la boca muere el pez”  Cuando alguien lo ofendía de palabra o de hecho, callaba y sin comentario alguno, esperaba la oportunidad para hablar a solas con esa persona y tratar de suavizar las asperezas y si pretendían informarle sobre acontecimientos falsos o verdaderos que no le incumbían, decía “agua que no has de beber, déjala correr”.  Jamás se supo, ni se conoció enemigo suyo.

Toda la vida practicó y enseñó a sus hijos estas cuatro normas: “no castigue con rabia”, “no fíe comida”, “no tome mas de tres copas en una reunión” y  “no cierre puertas” (en el sentido de poder regresar al sitio donde antes estuvo).

El sentido de responsabilidad, la creatividad e imaginación lo llevaron a considerar que las cosas no se acaban, sino que se dejan acabar, por lo tanto todo artículo que llegaba dañado a sus manos lo reparaba.

 Fue trascendental para él tener  casa propia y lo logró en 1934 porque decía: “tener casa no es riqueza y no tenerla es la mayor pobreza”.

Desde muy joven aprendió a ahorrar parte de sus ingresos y esta costumbre, no sólo la transmitió a sus hijos y alumnos, sino que le sirvió para afrontar situaciones económicas difíciles cuando se presentaban; tuvo una gran disciplina para el manejo de sus ingresos, dedicados exclusivamente al hogar porque jamás se embriagó ni incurrió en vicios.

 Mientras trabajó en el magisterio, cada año en vacaciones, paseaba con su familia y aunque nunca tuvo propiedad rural, era invitado a las fincas de  familiares, gracias al cariño, admiración y agradecimiento que éstos le profesaban y ya jubilado, viajó en compañía de su esposa a varias ciudades de Colombia, también a Venezuela, Ecuador y Panamá y conoció mas del 80% de los municipios antioqueños.

 Su entrañable y permanente amor por Concordia, lo llevó a visitarla muy frecuentemente para sentirse en su tierra; aspirar su aire, ver a Magallo, La Cuencuda, La Nitrera, La Comiá, Las Animas, Las Peñitas,  que muchísimas veces le dificultaron el paso, debido a sus crecientes; sentir interiormente el polvo y las piedras de los caminos que, con sus ilusiones, problemas, alegrías o tristezas, permanentemente recorrió y por donde arrió las recuas, o las liberó cuando en invierno, se quedaban  atascadas en el fango.

 Lo impulsaba también la necesidad de  renovar su espíritu, reencontrarse con sus amigos, evocar recuerdos, recorrer una vez mas los caminos que tantas veces transitó,  visitar  “mi escuela” como denominaba a la Escuela Antonio José Restrepo, compartir vivencias con los alumnos que allí estaban;  recorrer el lugar donde construyó su casa paterna, regresar, con los sentimientos de novio enamorado, a la “Casa de la manga”, donde está hoy el barrio Salazar,  porque de allí  salió su novia el día feliz del matrimonio; escuchar las campanas de su pueblo; volver al templo y renovar sus promesas bautismales y matrimoniales;  acompañar a los ancianos en el asilo y elevar a Dios una plegaria por las almas de sus padres y abuelos, frente a sus tumbas.

Desde su traslado de Concordia a Medellín, siempre buscó a los concordianos para entrevistarse con ellos y enterarse de los acontecimientos de su pueblo; visitaba frecuentemente a sus familiares y amigos y siempre tenía un tema para compartirlo con quien se acercaba a él. 

La alegría que lo caracterizó toda la vida, empezó a apagarse desde el 5 de noviembre de 1991 cuando faltó su esposa, pero la lucidez mental la conservó hasta el final de su vida.

                                                              

 LA FAMILIA

 

Cuando estaba soltero, decía a sus amigas: “Muchas mujeres suben al escenario, pero sólo una, presenta la función y ese puesto está destinado a Felisa”, y aunque ella fue su única novia y la quiso hasta el último día de su vida el 5 de noviembre de 1991, se vio obligado a postergar el matrimonio en dos oportunidades: por su trabajo en municipios diferentes a Concordia y luego, para atender la hospitalización y gastos por la gravedad y muerte de una de sus hermanas. Adjunto fotocopias, tanto de la correspondencia enviada por él a Felisa durante ese tiempo, como  de la carta dirigida  a los papás de ella, pidiendo su mano y la respuesta afirmativa de ellos.

El compromiso de educar a sus hijos estuvo siempre a cargo de los dos, dentro de las normas de unión,  amor, oración, obediencia, respeto y laboriosidad.

Entre los  años  1936 y 1965 aproximadamente, alojó en su casa, con el fin de facilitarles el estudio, a tres jóvenes y nueve  sobrinos de  su esposa;  por algún tiempo vivieron también su mamá, un hermano limitado mental debido a un accidente, sus suegros y una cuñada. A partir de la muerte del papá en 1942, se hizo cargo de su mamá y hermano hasta el final de sus vidas.

                                                               

 POLITICA Y CIVISMO

 

Nunca intervino en política pero siempre votó en todas las elecciones.  

Durante el ejercicio de la docencia en los pueblos, casi siempre era elegido para llevar la palabra en los discursos alusivos a las fiestas patrias y organizar los desfiles correspondientes. Nunca dejó de izar la bandera en esas ocasiones; sabía de memoria la totalidad de las estrofas del Himno Nacional y del Himno Antioqueño y las enseñaba a sus alumnos.

     

      CREENCIAS RELIGIOSAS

 

Educado en un hogar cristiano, conoció, enseñó y practicó hasta el último día de su vida la religión católica; decía: “hay que tener un buen vivir, para tener un buen morir” y agregaba que había que tener preparado el equipaje con buenas obras insistiendo en la importancia de compartir, no sólo conocimientos sino también los bienes materiales.

Guardaba fielmente el mandamiento de “oír misa entera todos los domingos y fiestas de guardar”, tal como lo enseñaba el catecismo del Padre Astete y, salvo algún inconveniente, iba a misa todos los días.  Portaba el escapulario de la Virgen del Carmen, a quien se encomendaba diariamente y en su hogar, jamás faltó el rezo del santo Rosario todas las noches, como tampoco la oración por el descanso de las almas del purgatorio.

Por su gran amor y confianza en el Corazón de Jesús, tuvo la costumbre de “hacer los primeros viernes”, consistente en comulgar y asistir a misa el primer viernes de cada mes, en honor del Corazón de Jesús; aún viviendo en el área rural se desplazaba al pueblo para ello, sin importarle las inclemencias del tiempo y practicó esta costumbre siempre.  El primer viernes de enero de 1994, su cuerpo sin vida, fue llevado al templo por última vez y cuando  el coro entonaba el cántico “qué alegría cuando me dijeron, vamos a la casa del Señor”, ya él, desde la víspera, había tenido su encuentro definitivo con Jesús , en la patria celestial.

El 7 de enero de 1994, la Alcaldía Municipal de Concordia, lamentó su fallecimiento, mediante la resolución número 001.

El Concejo Municipal de Concordia por medio del  acuerdo # 007 del 8 de marzo de 1997,  creó la Escuela Rural Lázaro Restrepo González, en el sector de El Guamo. 
                                                               
Algunas de estas notas están tomadas de documentos escritos por mi papá;  otras por  información directa de él y otras, son el resultado del conocimiento que tuve de él,  porque Dios me permitió acompañarlo permanentemente hasta el último día de su vida.

 

Lucía Restrepo González 
Medellín, febrero de 2009